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T 72 plo en mi caballo, á quien acabo de dar un buen trote, y puede usted con confianza darle otro mayor, seguro de que lo dejará satisfecho.

-Creo que en teoría tiene usted razón- dijo el capitán, y el ejemplo que me ha puesto de los soldados no carece de fuerza; pero... en fin,.

. pensaré en ello.

Y con esto se separaron.

En uno de los últimos días del otoño, mi amo hizo conmigo una larga jornada para sus negocios, llevándome enganchado en un pequeño carruaje de dos asientos y dos altas ruedas solamente, llamado dog-cart. Juan lo acompañaba, y yo iba tan satisfecho, como siempre que me enganchaba en aquel carruaje, que era mi predilecto, por su ligereza y la facilidad con que lo arrastraba. Había llovido mucho y soplaba un fuerte viento que sembraba el camino de innumerables hojas secas desprendidas de los árboles. Llegamos á la embocadura de un puente de madera sobre un río; las márgenes de éste eran altas, y así aquél, en vez de elevarse, cruzaba al nivel de ambos lados del camino, con lo que, cuando el río estaba crecido, las aguas casi cubrían los tablones de la parte central del puente ; pero como se hallaba provisto de una fuerte baranda, nadie se preocupaba de aquello.

El hombre que estaba al cuidado del pontazgo