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podré ya decir que nunca me he asustado, pues entonces me asusté, y muy seriamente. Me paré de pronto, y hasta creo que temblé; pero ni me volví, ni salí despedido, pues mi educación se oponía á hacer semejante cosa. Juan brincó del coche, y en un momento se puso á mi cabeza.

-De buena hemos escapado-dijo mi amo.¿Y qué haremos ahora?

-No podemos pasar por encima del árbol, señor, ni rodearlo; de modo que no nos queda más recurso que volver para atrás hasta el encuentro de los cuatro caminos, y dar un rodeo como de seis millas, antes de poder tomar la embocadura del puente; un poco tarde se nos hará, pero el caballo está fresco.

Sin más demora dimos vuelta en aquella dirección; cuando llegamos al puente era casi de noche, y sólo podíamos ver que el agua lo cubría por el centro; pero como esto sucedía con frecuencia en las crecientes, mi amo no le dió importancia, ni se detuvo. Entramos en él á buen paso, y apenas mis pies tocaron los primeros tablones, comprendí que algo extraordinario ocurría allí. No me atreví á seguir, y me paré en firme.

-Vamos, Azabache-dijo mi amo, tocándome con el látigo; pero no me moví. Me dió un fuer-