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Cuando nos acercamos á la casa, la señora salió á recibirnos, preguntando con ansiedad :

-No te ha sucedido nada? He estado sumamente intranquila y llena de temores. ¿Ha habido algún accidente?

-No, hija mía; pero si tu Azabache no hubiera sido más avisado que nosotros, nos habríamos precipitado en el río, al cruzar el puente de madera.

No of más, porque entraron en la casa, y Juan me condujo á las caballerizas. Me dió un excelente pienso de cebada y un cubo de salvado remojado, con habas partidas, y me preparó una mullida cama de paja, de que disfruté á todo mi placer, pues me hallaba cansado.

Pocos días después de esto, regresábamos Juan y yo tranquilamente de un pueblecito adonde el amo lo había enviado con un encargo, cuando vimos á cierta distancia un muchacho que montado en un caballejo, trataba de hacerle brincar una cerca ; ei caballo se negaba á saltarla, y el muchacho lo castigaba fuertemente con el látigo, sin lograr que aquél hiciese más que volverse á uno y otro lado. El castigo seguía, y también la resistencia del caballo á saltar. Por último, se apeó el muchacho y le dió infinitos latigazos en la cabeza y en todo el cuerpo; volvió á montar y á tratar de hacerle brincar la cerca,