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pero el caballito siguió en su obstinación. Cuando llegamos cerca de ellos vimos que el caballo, metiendo la cabeza entre las manos, levantó las patas y despidió al muchacho con toda limpieza, yendo éste á caer sobre el zarzal de que estaba formada la cerca. El caballito, al verse libre, enderezó las orejas y salió á toda carrera en dirección á su casa. Juan se reía con todas sus fuerzas.

- -Bien empleado te está-decía.

-¡Ay! ¡ay!-gritaba el muchacho, revolviéndose entre las zarzas, cuyas espinas se le clavaban en todo el cuerpo.-Ayúdeme usted á salir de aquí.

-Me parece contestó Juan,-que estás en el lugar que te mereces, y que esos arañazos te enseñarán que no debes obligar á ese pequeño animal á brincar una cerca que es demasiado alta para él ;-y seguimos nuestro camino.

-Puede que este tunante-iba diciendo Juan en voz baja,-sea tan embustero como es cruel, y no estará de más, Azabache, que nos dirijamos á la granja del señor Pedreño y le hagamos saber la verdad de lo ocurrido.

Volvimos hacia la derecha, y pronto nos encontramos á la vista de la casa de la granja. El señor Pedreño venía corriendo hacia el camino,