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me dice que si pudiera yo proporcionarle un hombre educado por mi Juan, lo preferiría á cualquiera otro; de modo que puedes pensarlo, Jaime; habla con tu madre, y dime lo que resolváis.

A los pocos días quedó convenido que Jaime iría á servir á casa del señor de Benavides al cabo de un mes ó seis semanas, durante cuyo tiempo recibiría toda la práctica de guiar desde el pescante que pudiera dársele.

Desde entonces casi no hubo día en que no se pusiese el carruaje, y si la señora no salía, el amo solo ó con las señoritas, salían, enganchándonos á Jengibre y á mí, y llevando siempre á Jaime de cochero. Al principio le acompañaba Juan en el peseante, enseñándole lo que había de hacer, pero, por último, Jaime nos guiaba solo.

Era de ver el sin número de lugares diferentes adonde el amo nos hacía ir. Por supuesto, con gran frecuencia íbamos á la estación del ferrocarril á las horas de la llegada de los trenes, cuando los coches de todas clases, carros y ómnibus se aglomeraban para cruzar el puente, y cuando era necesario que caballos y cocheros tuvieran los ojos muy abiertos para no tropezar unos con otros en aquella confusión y estrecheces.

Cierto día, los amos decidieron ir á hacer una