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94 creas que necesitan; y se retiró, tan ligero como no lo había visto andar nunca.

Antes de entrar en nuestra cuadra, oímos los tristes lamentos de los pobres caballos que no habían sido sacados de la caballeriza, y que se achicharraban allí... fué una cosa horrible, que tanto á Jengibre como á mí nos conmovió profundamente.

Pasamos el resto de la noche en la nueva posada muy bien cuidados, y por la mañana vino el amo á vernos, y á hablar con Jaime. Yo no pude oirlo bien, porque el mozo me estaba limpiando, pero vi que la cara de Jaime rebosaba felicidad, y comprendí que el amo se mostraba muy satisfecho de él. La señora se había asustado tanto la noche anterior, que hubo que posponer la continuación de nuestro viaje hasta por la tarde, y Jaime, teniendo toda la mañana por suya, fué en primer lugar á revisar nuestros atalajes y el coche, y á adquirir noticias acerca del fuego. Al principio nadie pudo imaginar cuál fué la causa de él, pero luego dijo un hombre, que había visto á Antonio Torres entrar en las caballerizas con una pipa en la boca y salir sin ella, habiendo ido después á la taberna á buscar otra. El segundo mozo de cuadra dijo entonces, que había encargado al dicho Torres subiese al sobrado y echase un poco de heno en la reja de 1