bella faz de ángel, con la plegaria en los ojos y en los labios. Había en su frente una palidez de flor de lis, y en la negrura de su manto resaltaban juntas, pequeñas, las manos blancas y adorables. Las luces se iban extinguiendo, y a cada momento aumentaba lo obscuro del fondo, y entonces por un ofuscamiento me parecía ver aquella faz iluminarse con una luz blanca misteriosa, como la que debe de haber en la región de los coros prosternados y de los querubines ardientes; luz alba, polvo de nieve, claridad celeste, onda santa que baña los ramos de lirio de bienaventurados.
Y aquel pálido rostro de virgen, envuelta ella en el manto y en la noche, en aquel rincón de sombra, habría sido un tema admirable para un estudio al carbón.
XI
Hay allá, en las orillas de la laguna de la Quinta, un sauce melancólico
que moja de continuo su cabellera verde en el agua que refleja el cielo
y los ramajes, como si tuviese en su fondo un país encantado.
Al viejo sauce llegan aparejados los pájaros y los amantes. Allí es donde escuché una tarde—cuando del sol quedaba apenas en el cielo un
tinte