y otros que tienen la mitad del cuello del color del ébano, como una pierna alba con media negra.
Llegué más cerca. ¿Soñaba? ¡Oh, nunca! Yo sentí lo que tú, cuando viste en su gruta por primera vez a Egeria.
Estaba en el centro del estanque, entre la inquietud de los cisnes espantados, una ninfa, una verdadera ninfa, que hundía su carne de rosa en el agua cristalina. La cadera a flor de espuma parecía a veces como dorada por la luz opaca que alcanzaba a llegar por las brechas de las hojas. ¡Ah! yo ví lirios, rosas, nieve, oro; ví un ideal con vida y forma y oí entre el burbujeo sonoro de la ninfa herida, como una risa burlesca y armoniosa que me encendía la sangre.
De pronto huyó la visión, surgió la ninfa del estanque, semejante a Citerea en su onda, y recogiendo sus cabellos, que goteaban brillantes, corrió por los rosales, tras las lilas y violetas, más allá de los tupidos arbolares, hasta perderse ¡ay!, por un recodo; y quedé yo, poeta lírico, fauno burlado, viendo a las grandes aves alabastrinas como mofándose de mí, tendiéndome sus largos cuellos en cuyo extremo brillaba bruñida el ágata de sus picos.
Después almorzábamos juntos aquellos amigos de la noche pasada; entre todos, triunfante, con