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Página:Barreda Cronicas.djvu/134

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fué hombre, cuando supo la deshonra de su padre, se volvió loco; la que al verse rechazada hasta por su misma familia, por culpa del crimen que cometiera su marido, sin encontrar misericordia en las almas que se llaman vir- tucsas, se arrojó, por fin, desesperada, en los brazos de la depravación para embrutecer en el vicio la intensidad de sus sufrimientos!

Y aquella mendiga, aquella haraposa infeliz, que ex- presaba la trágica confesión de su pasado, iluminó mi me- moria trayendo á mi recuerdo el crimen de que he hablado al principio.

Y aún dudaba de que ella fuera aquella dama de quien todas las crónicas de ese tiempo recordado se ocuparon para ensalzar su belleza y para discernirla toda pondera- ción por su hermosura; aquella niña, cuyo entroncamiento con una de nuestras principales familias de abolengo aus- tero, no tuvo izual nunca, por la suntuosidad con que fuera llevado á cabo, ¿podía ser esa vieja de aspecto re- pulsivo? ¿Por qué no? ¿Acaso los padecimientos fisicos y morales no pudieron desfigurarla á ese extremo? Y aún dudaba y hubiera seguido dudando, aun cuando ella me hubiera declarado «su verdadero nombre,» si no se me hu- biese presentado nuestro querido editor responsable, don Saturnino Córdoba.

—Este —me dije —conoce todos los acontecimientos ocu- rridos aqui durante la tirania de Rosas; se acuerda de las personas, y aunque el hecho es remoto, puede ser que la reconozca.

So pretexto entonces de órdenes urgentes para la com- paginación del diario, lo llevé aparte. Le hablé de la men- diga y de lo que ella me había hablado, y don Saturnino, observándola minuciosamente, hizo un gesto afirmativo, corroborándolo con la palabra:

—Si, don Héctor—me dijo en voz baja—esa mujer es la esposa del criminal huido.

—¡0h, qué cruel ha sido con ella el destino! — exclamé mentalmente, contemplándola con toda la conmiseración de mi alma.