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los «indios bravos» habian sido exterminados con aquella batida, que aún quedaban muchos diseminados, ni los bandoleros habían desaparecido cuando, por todas partes, se hablaba de ellos, creciendo su número dia tras día. Y tanto era asi que no habia transcurrido mucho tiempo des- de que aquel escarmiento se produjera cuando llegara tam- bién á oidos del virrey, que «una gavilla, compuesta de quince á treinta bandoleros y facinerosos, cargados de ar- mas de chispa y blancas, se habia presentado en los alre- dedores de la pintoresca aldea llamada de las Viboras, al Norte de la BANDA ORIENTAL.» Y la tal banda iba precedi- da de fama tan horrorosa, que lo menos que se decia de ella era que los «indios bravos» ni se les comparaba en lo de no respetar vidas, edad, ni sexo, destruyendo cuanto encontraban á su paso, con ferocidad incalificable.

Y aun cuando hubiera exageración en los detalles, ¡cuerpo de tal! que no era para soportar sin mancilla para las autoridades encargadas de velar por la seguridad pú- blica y aun privada de los que en ellas confiaban.

Era, pues, llegado el momento de tomar medidas pron- tas y eficaces, que hicieran desaparecer, de una vez por todas, con terribles castigos, á aquellos como á «los otros» bandoleros que brotaban por doquiera como semilla maldita.

Y mientras el mariscal-virrey llamaba á su consejo á los: hombres de justicia, Cabildo, Consulado y Real Audiencia y Santa Hermandad, y éstos acudian presurosos para ha- cer «ergos» y «distingos» y proposiciones más ó menos acertadas, alli enfrente, en la Colonia del Sacramento, el alcalde, preboste ó jefe de la Santa Hermandad y el co- mandante del regimiento de voluntarios de caballería, «gran perseguidor de facinerosos,» resolvieron, mientras que les llegaba fuerzas veteranas, convocar á los vecinos más arriesgados y experimentados en lances de armas, para arremeter, si el caso llegara, contra aquellos bando- leros.

Varios fueron los que acudieron á la cita, los que, en- terados de la empresa que se les queria encomendar, la