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aceptaron gustosos, «resaltando entre ellos, por su entu. siasmo y decidida animación, dos valientes jóvenes de la familia de los Garzones.»

Y en tanto se juramentaban que no volverían á su hogar sin haber destruido 0 aprisionado por completo á los que formaban aquella terrible gavilla, y las supremas autori- dades del virreinato seguían discutiendo sus planes, dise- ñando persecuciones activas y castigos ejemplares con citas vienen y citas van en romance y en latín y traiase á colación, como muy oportuno, las Siete Partidas y el Fue- ro Juzgo y las Pandectas y especialmente las sabias leyes de Indias, el nombre sólo de la banda aquella seguia ate- morizando y horrorizando á los pacificos y temerosos veci- nos de toda aquella parte del norte de la BANDA ORIEN- TAL, al punto de que ya, ni acompañados ni bien armados, seanimaban á atravesar los campos solitarios, cuya agreste soledad sólo era interrumpida por el graznido de las aves de presa, el «llanto» del yacaré, el maullido de los tigres, el ladrido de los perros cimarrones ó el continuo piar y gor- jear de las numerosas muchedumbres de pájaros, que, en rápidos volteos y precipitados vuelos, huían, de un extre- mo á otro, á esconderse de sus tenaces enemigos, cuando, de entre aquellosintrincados laberintos vegetativos, se vió surgir una forma rara de mujer: era una india de abundo- sa cabellera, negra y enmarañada, sujeta por una «vin- cha» roja y cuyo cuerpo, quemado como el rostro y los brazos por la intemperie, el sol y el viento, saturado con la lluvia y las aguas del rio y de la mar, se cubria con una hermosa piel de jaguar, terciada á la derecha y sujeta al talle por un grueso cinturón de cuero; del hombro si- niestro colgaba un zurrón de lona; á la espalda, un carcax; en la diestra, un arco, y en la cintura, de la que pendia un lienzo á manera de chiripá, un grueso y largo cuchillo; anchos brazaletes de metal amarillo, toscamente labrado, adornaban sus robustos brazos, y un collar de piedrecillas, de pintados colores, al cuello. En las lineas de su rostro, de pura raza charrua, había fiereza; fiereza en el ceño que encapotaba sus ceñudos ojos, velados por largas pestañas;