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Fué entonces que preparó la flecha; luego se contuvo, porque vió que un feroz yumiri, oso hormiguero, cayó del árbol sobre la espalda del jaguar, abrazándose A él con tal fuerza y de tal manera que lo imposibilitaban para hacer uso de sus garras y dientes.

Y fué tan grande y tan inesperada la sorpresa del feli- no, que lanzando un prolongado maullido, semejante al del gato montés, permaneció inmóvil por brevisimos mo- mentos, que aprovechó el yumiri para clavarle sus acc- radas uñas en la garganta. A los nuevos aullidos del ja- guar el hombre se estremeció, se incorporó y dirigió la mirada atónita á las fieras en lucha. Luego llevó la mano á la cintura, como buscando un arma con qué defenderse; pero la buscó en vano, porque se encontraba desarmado.

Y fué entonces que silbó la flecha, lanzada con tan po- deroso y acertado impulso, que, atravesando los dos cuer- pos unidos de las fieras, que bregaban, revolcándose, en sangrienta lucha, las dejó sin vida.

El hombre aquél, reflejando en su semblante, más que exterioridades angustiosas, curiosidad interrogativa, llegó, al fin, á fijar la mirada en la india, la que, apoyada la mano izquierda en el arco y la derecha en el mango del cuchi- llo, lo contemplaba á la distancia al par que con la altivez de la victoria con éxtasis indefinible en la fiereza de su rostro. .

Es que, á pesar de lo maltrazado de aquel hombre, pues vestia una vieja camiseta de marinero, que dejaba al descubierto gu poderoso tórax, calzones de paño burdo y zapatos de grueso becerro, fluia de él ese «algo» que do- mina, porque se diferencia de lo vulgar. Joven, pues ape- nas debería contar cinco lustros; con figura de prócer, con larga y ondeada cabellera rubia, con barba bien encua- drada en su rostro, cuya elación también destellaba en la expresión de sus grandes ojos azules y en la comisura de sus labios.

Que no era vecino de aquellos contornos ni de aquella BANDA, lo decia cuando llegara alli en busca de descanso, tal vez después de una larga y fatigosa jornada, la estra-