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—¿Eh?..—repuso el teniente, hosco y desconfiado.—¿Un reptil le ha mordido?

—Reptil de la tierra y no como tú, reptil humano, Mar- vn Pereyra, aunque tu veneno sea más terrible que el del reptil de la tierra.

El llamado Curú se encogió de hombros, no compren- diendo ta! vez la sutileza de la india y haciendo una mueca, que queria ser una sonrisa, le dijo:

—A fe de de hombre honrado, valiente Ipond, que eres la mujer más extraña que he conocido. Desde que naciste te enseñaron á aborrecer á los hombres de nuestra raza y, sin embargo, no pierdes la ocasión de favorecer, si puedes, al que se encuentra en desgracia. ¿Qué interés has tenido en no dejar que ese hombre se muera?

—No tengo por qué darte cuenta, Curú—le replicó la india impositiva.

—¡Eh, basta entonces! .—exclamó el teniente, volvien- do á su natural torpe y grosero.—A ver, idiotas, apoderaos de ese hombre y amarradlo bien—añadió, dirigiéndose á los demás bandidos.

—¿Y si yo no quiero que se apoderen de mi ni que mo amarren?—preguntó el joven, haciendo uso de palabras exóticas y echando miradas al cuchillo de la india.

—¡Si te resistes, bellaco, te levanto la tapa de los sesos en un santiamón!— gritó Pereyra, sacando y amartillando una de las pistolas que llevaba en la cintura.

—Hazlo si puedes—dijo el joven, yendo á él en actitud resuelta.

—¡No!—exclamó la india, interponiéndose - no, Martin Pereyra, este hombre va á seguirte; pero..., respétalo.

—¡Respetar yo á ese carroña que ni hablar en cristiano sabe! ¡Yo! .—repuso el teniente de la banda, en el colmo de un furor inaudito.

—¡Si—afirmó la india, en actitud brava y decidida, —tú, el terrible Curú, á quien Iponá no teme; tú, porque Iponá te lo exige, la hija predilecta de la tribu charrua, de la tribu charrua á la que tú tanto temes y que caerá sobre ti y la banda como cas el torrente en el abismo...; Iponá, de