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ellos en camino al punto indicado, que yo iré tras vos- otros.

Bruno Páoz, va á obedecerla; camina algunos pasos; pero, en ese instante, se siente cogido por robustas manos. Son los vecinos armados, al mando del subteniente Casas. Bruno Páez lucha desesperado y le implora á Iponii; pero es amordazado... Y cuando más forcojea por escaparse, el fusil con que hiciera la guardia cae y, al chocar en una roca, suena el eco de un tiro y tras él voces de alarma...

Ipond lanza un rugido: todo se ha descubierto antes de que llegara el instante preciso de sorprender á la banda.

No debe intervenir en la prisión de Bruno Páez, por- que sería inútil; pero también comprende que el amado de su corazón no se salvaria si alguien nole avisase, y corre, vuela á la guarida...

Ya los de la banda, en confuso tropel, acuden, arma- dos, hacia donde sonara el tiro...

Iponá no se detiene, aunque esquiva el encuentro de los que «no quiere salvar...»

Ella va en busca de su amado esposo que..., al fin, vis- lumbra allá, junto á los tres pescadores.

Ellos también la han visto y esperan su llegada; pero, de pronto, surge ante la india la imponente figura del sanguinario Palomino que profiere terrible blasfemia.

Su actitud es espantosa.

¡Con sonrisa diabólica, le aboca su trabuco y este atruena!

Iponá cae, lanzando un alarido, mortalmente herida, y Palomino, con saña de feroz bandido, la remata con el ex- tremo del trabuco.

Lorenzo Salay y los pescadores han presenciado la vil hazaña de aquel bandido, sin tiempo para poder evitarlo; pero... los momentos son angustiosos y decisivos, porque se siente un vivo fuego en el sitio del Rodeo. Hay que es- eapar de alli, si no quieren ellos también caer prisioneros y asi se lo dice Francisco Cultivanos á Lorenzo Salay; pero