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éste se niega á hacerlo y mientras los otros huyen, corre tras el jefe de la banda, en la diestra el cuchillo que le diera Juan áe la Rosa Suárez.

¡Lo alcanza y sin proferir palabra lo acomete y se traba entre ambos un duelo á muerte!

Las ventajas están todas de parte de Palomino: lleva en la mano su mortifero trabuco, y aunque no ha tenido tiempo de volverlo á cargar, no importa, es un arma po- derosa en forma de maza.

Además, en el cinturón lleva un puñal y dos pistolas.

Es ágil, es diestro y con fuerzas irresistibles,

En cambio, Salay sólo va á cl armado de aquel cu- chillo.

La lucha, pues, tendria que serle desfavorable; pero no debió comprenderlo asi Salay, porque, esquivando, con rapidez asombrosa, el terrible golpe de molinete que Pa- lomino, al verlo cerca, le dirigiera, con la culata del mor- tifero trabuco, saltó sobre él, puso en su rostro la siniestra y sin darle tiempo á que volviese del aturdimiento y sor- presa que tan temeraria acción le produjera, le hundió, hasta el pomo, el cuchillo en la garganta!

Palomino, el sanguinario Palomino, jefe de aquella fa- mosa banda, cayó, profiriendo su última blasfemia.

¡Salay, convencido de que el facineroso estaba muerto, acudió al cuerpo inerte y ensangrentado de Ipond; pero, inútilmente: acribillado el rostro por horribles heridas y destrozado el cráneo, ya no existia tampoco la hija predi- lecta de la tribu, su salvadora, su esposa ante el dios de los charruas!..

Y agrega el referido corresponsal...: «Y aún hubieran ejecutado otros más horrendos delitos si oportunamente no llegara la partida de auxilio que remitió el comandante de la Colonia al manco del esforzado y prudente joven el subteniente Casas, quien, con siete vecinos que sele agre- garon, entre ellos otros dos valientes jóvenes, de la fami- lia de los Garzones, les acompañó en el sitio del Rodeo, con tan vivo fuego, por el espacio de hora y media, que