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Página:Barreda Cronicas.djvu/194

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cacidades insolentes, la honrosa preferencia de ser el único que descuartizarian después de ser ahorcado; si, pues, después de muerto, la cebada... al rabo...

Y en tanto los demás protestaban de su inocencia—¡ino- cente Juan de la Rosa Suárez, degollador de aquella infeliz mujer y verdugo de la banda!..; ¡inocente Pedro Mereles que se robó los cálices..., ¡sacrilego!; y todos los demás, el que más y el que menos..., ¡si lo hubieran sabido sus jue- ces!, cargándoles la mano al difunto Palomino y al «terrible Curú,» «que los llevaron á esos extremos contra toda su vo- luntad,»—el llamado Lorenzo Salay, taciturno, indiferen- te, no pronunció palabra que pudiera eliminarlo del cruel castigo, teniendo su defensor de oficio que valerse de las declaraciones de los otros, que tanto lo favorecian, para que no pesara sobre él la culpa de los demás. ¡Pero, nada le valieron esas declaraciones ni que las acentuara su dig- no defensor, porque él, como Juan de la Rosa Suárez y los otros bandoleros, fué condenado á la horca y á que le cor- taran la cabeza y las manos... para escarmiento público y de otros malhechores, y que era la más afrentosa de las muertes!

Y ya hacia veinticuatro horas que él, como los otros, se hallaba en capilla, acompañado en los últimos momen- tos por su defensor cuando, acercándose á él el hermano mayor de la Santa Hermandad, para aconsejarle, piadosa- mente, como á los demás, que tuviera resignación y no se acordase de las cosas terrenales, para preparar su alma á la redención de los fieles arrepentidos, le dijo, en tono tranquilo é indiferente, con su lenguaje exótico:

—Hermano, yo estoy muy conforme con que la senten- cia que á todos nos condena es muy justa; pero...

—Pero... ¿qué?--le preguntó el hermano, notando en aquel joven suma perplejidad.

— Yo desearia — añadió, después de un momento y como si hubiera tomado una extrema resolución, —que an- tes de que me lleven á la horca, me permitan testar.

—¡Cómo!.., ¡testar! —exclamó el hermano mayor, diri- giendo la mirada del defensor á los harapos que cubrian á