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aquel desgraciado.—¿Y qué va á testar, hermano? —le pre- guntó, con finisima ironia,
Salay miró á uno y otro fijamente y, dando á su actitud aquella imposición majestuosa con que dominara á los de- más, repuso:
«—Porque yo soy principe potentado, conde de Buda y señor de vasallos de Hungria, y pues he de morir en breve, sin remedio, debo testar estos mis Estados en favor de una hermana que tengo en ellos (1).»
—¡Principe y conde y señor de vasallos en Hungria!!— exclamaron, con asombro, su defensor y el hermano ma- yor de la Cofradia, al escuchar semejante declaración.
¿Se habria vuelto loco aquel desgraciado á consecuen- cia de su desesperación? ¡Sí, pues, el delirio de las gran- dezas!
Asi lo creyeron tanto el uno como el otro y asi lo debie- ron manifestar en la elocuente expresión de sus interro- gadoras miradas, porque el joven, comprendiéndolo, les dijo, sonriendo y siempre tranquilo é indiferente:
—No estoy, señores, y lo que acabo de decir es la pura verdad.
«—Pero...—habló al fin el hermano mayor de la Santa Hermandad, volviendo de su estupefacción, —¿cómo habéis podido, siendo persona tan principal, formar parte de una banda de forajidos? ¿Cuál es, pues, la causa de tan mara- villosa transformación (2)?»
«—Hallándome en Roma en servicio del emperador, mi amo, fui hecho prisionero de los franceses, y transportado á bordo de sus bajeles, continué con ellos hasta Montevi- deo, de cuyo puerto hice deserción para la campaña del norte del Rio de la Plata.»
«—¿Y cómo no os presentasteis á las autoridades en vuestro carácter de gran señor?»
«—Porque podian haberme tomado por un impostor al ver la vestimenta en que me presentaba ó porque, y ésta
(1) Textual. (2) Todo lo entre comillas textual, salvo la forma.