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Malaver, Felicitas se proponía recibirlos como correspondia, preparando entre otras sorpresas, y especialmente, un simulacro de la Revolución del año 39, presentando un escuadrón de caballeria con la simbólica camiseta celeste.

Y aguardándola estaban cuando llegara un carruaje y se detuviera á la puerta de la quinta, anunciando en seguida un sirviente la llegada de Enrique Ocampo, que deseaba ver á la señora de Alzaga.

La de don Bernabé Demaría fué á recibirle, y al hacerle penetrar á la sala que daba frente a la avenida y decirle:

—Felicitas no está en la quinta en este momento,— observa que Ocampo se hallaba sereno, completamente tranquilo y casi sonriente,

—Puesto que usted me asegura que no está, me retiro y volveré más tarde, pues deseo celebrar una conversación con ella— le dijo en tono amable.

Y ya iba á retirarse cuando se oyó que paraba otro carruaje á la puerta de la quinta.

Ocampo debió distinguir desde allí la persona que bajaba, que hablaba con un sirviente y se dirigia al quiosco: era su afortunado rival.

Otro carruaje llegó en seguida y de él bajó una dama,

—Ahi está— díjole Ocampo, que seguía observando á la señora de Demaría, señalandole la dama que entrara y se dirigiera al interior por la parte lateral de la derecha. —Le suplico, entonces— añadió, —quiera tener la bondad de decirle que la aguardo.

Doña Tránsito salió de la sala, dejando en ella á Ocampo, yendo á cumplir su ruego.

Los Demaría, conjuntamente con el joven que acababa de entrar, habian ya pasado al comedor de la quinta, separado de la sala por un corredor y un pasillo.

La señorita de Casares acudió á Felicitas, que ya se encontraba en su tocador cambiando el traje de calle por otro de casa cuando la señora de Demaría le participo que Ocampo le aguardaba en la sala.