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acción de Azcuénaga, que vació cu su vaso el contenido del cucharón.

—¡Vamos, señores, vamos! —exclamó Alzaga ya fasti- diado.

Alvarez se mostraba irresoluto; pero viendo que Alza- ga tenia fija la mirada en él, hizo un montón con sus va- rias monedas de plata y:

—Toda mi fortuna á ese dos- dijo en tono de burla, conteniendo un suspiro.

Alzaga levantó la baraja: el dos estaba on puerta.

—¡Bravo por el novicio!—festejaron Arriaga y Azcuó- naga.

Alvarez rió estúpidamente, recogiendo la puesta y el doble de la ganancia.

Los demás concurrentes de las distintas mesas, que ya iban retirándose, se detuvieron en la de los jugadores, curiosos y sorprendidos.

¡Don Francisco Alvarez bebiendo ponche!

¡Don Francisco Alvarez jugando, nada menos que al monte!..

Aquello no tenía antecedente entre los que lo cono- cian.

Lo observaban...

Murmuraban en voz baja .. y se iban, haciéndose cru- ces.

Alzaga siguió tallando, y Alvarez, contra los propósi- tos tal vez de los demás jugadores, siguió ganando.

¡Qué distintas y encontradas sensaciones las suyas! Reía, se ponia ridiculamente serio cada vez que salia su carta y doblaba sus paradas sin conciencia de lo que hacía.

Aquello le parecia un sueño, y tentaciones le dieron de devolver tanto dinero que consideraba mal ganado.

— ¡Beba usted, hombre, beba usted! — le repetia Arriaga.

Y Alvarez bebia ya sin escrúpulos, aunque con estre- mecimientos y ansias de protesta de su estómago no acos- tumbrado á aquellos excesos.