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También Marcet ganaba.

¡Como que seguía las inspiraciones del «iniciado!»

—¡Mozo!—llamó Alzaga por distintas veces: —Strvenos más ponche —dirigiendo miradas sombrias y provocadoras á Azcuénaga, cuando dejaba de beber.

¿Habia en ellas una amenaza acrecentada por el alco- hol?.. Dectan que aquel joven era terriblemente impulsivo cuando se embriagaba... Y asi debió comprenderlo Azcué- naga, porque, evitando ó eludiendo el escándalo, desapa- reció de alli, sin despedirse y sin que fuera notado, con los demás concurrentes.

Solos quedaron en aquella mesa, engolfados en el jue- go y el ponche, Alzaga, Alvarez, Marcet y Arriaga, que ya se habia visto precisado á pedirle prestado á Alvarez «habilitación.» Y Alvarez, con exagerada liberalidad, le decia: —Tome usted, tome usted lo que quiera... —Marcet, poco á poco, iba escondiendo en su bolsillo sus ganancias. Ninguno de ellos se habia apercibido de la desaparición de Azcuénaga, hasta que Alzaga, perdido el montón de onzas puesto en su banca, dejó las cartas, manifestando que no jugaba más por hallarse cansado.

—¡Cómo! — añadió entonces, dirigiendo en torno la mirada desagradablemente sorprendida y cambiando de semblante.—¿Se nos ha ido el «hombre?»

—¿Qué hombre?--preguntaron Marcet y Arriaga, mien- tras Alvarez, apurando el cuarto vaso de ponche, con los ojos encandilados, contaba y recontaba su ganancia como si no supiera qué hacer de ella.

—Ese ma!a lengua de Azcuénaga á quicn tenia ganas de darle una lección antes de retirarme.

—Pues ha hecho bien en irse sin despedirse. Te ha de haber conocido la intención—le contestó Marcet.

—¿S1?

—¿Y qué hubieses ganado con malquistarte con él? Por otra parte, Miguel, á pesar de su carácter burlón y «chi- chonero,» como él mismo se reconoce, es un correcto caba- llero—añadió Arriaga.

—¡Ah!, st, don Miguel—repuso Alvarez, que con el pon-