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Arriaga y Alzaga lo miraron con la vaguedad de la bo- rrachera, y como sí no comprendiesen bien lo que decia.

—¡Un susto! ¿Cómo?—preguntó el segundo, con voz pastosa y prestando la atención, asi como Arriaga, que su estado le permitia,

—FEsta mañana—les dijo Marcet en voz baja y confiden- cialmente, —estuve á verlo á don Jacinto, y lo encontré contando una enorme cantiiad de billetes de Banco, que luego guardó en el cajón de su escritorio...

—¿Y?—preguntaron Arriaga y Alzaga, que lo que más les llamaba la atención era lo de los billetes de Banco...

—Que como tiene la costumbre de dejar abierta la ven- tana que da á la azotea de mi casa, podriamos ir y...

A las claras Marcet proponia á sus amigos un robo con escalamiento. Si lo hubiera hecho encontrándose ellos en estado normal, es seguro que, en particular Alzaga, le hu- bieran contestado separándose de él para siempre; pero ya se daba plena cuenta Marcet del momento en que lo hacía.

Cierto: Alzaga y Arriaga, mientras Marcet les dirigia miradas oblicuas, enlas que debia haber flúido de maldad, se interrogaron con los ojos, y el fantasma que llaman «rey del mundo» se les debió aparecer, con su brillo irresistible: ¡una enorme cantidad de billetes de Banco! ¡Habria cómo salir de apuros y mucho más!.. ¡¡Mucho más!!

Ambos lucharon por un momento con la turbación al- cohólica y la arriesgada proposición del amigo De pronto, Alzaga le preguntó quedo, muy quedo:

—¿Y si despierta?

—Si despierta —repitió Marcet, sonriendo diabólicamen-

- te, —ya está dicho: lo echaremos á broma y le diremos que le damos ese susto para que no vuelva á dejar abierta la ventana. Esto si nos da tiempo, que si no... —añadió refle- jando su perversa ivtención en la mirada.—Vamos, —y to- mando un cuchillo de punta que se guardó en la cintura, les indicó la puerta de salida al patio.

Arriaga y Alzaga lo siguieron.

El patio se hallaba á obscuras, reinando el mayor si- lencio.