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—le preguntó Alzaga, en voz baja, cuan- do llegaron al pie de la escalera que conducía á la azotea.

—Duermo... No hay que alarmarse por ella.

—¿Y los sirviente:

—Duermen también No perdamos tiempo: ven... Y tú, ¿qué haces?—le preguntó 4 Arriaga imperativo: — ¡sigue con nosotros!

Pocos momentos después llegaron á la ventana indica-

da por Marcet. La ventana estaba entornada. Marect puso el oido atento. ¿No les dije? Ronca el infeliz como un bendito— y em- pujó las hojas de la puerta, cuyos goznes chirriaron, oyéndose cn seguida tras aquella una voz de hombre que preguntaba, asustado:

—¿Quién anda ahi?

—¡Voto á Dios! —murmuró el catalán, furioso, cuando ya iba á saltar del otro lado:—¡Se ha despertado el «noi!»

—¡Huyamos!—exclamó Arriaga, corriendo hacia la es- calera, mientras Marcet y Alzaga quedaron allí, escondi- dos bajo la ventana, esperando, sin duda, que se volviera á dormir el que preguntaba; pero aquella voz repitió la pregunta, gritando luego:

—¡Ladrones! ¡Vecinos!.. ¡Ladrones!

Y sonaron en la pieza dos tiros, uno tras de otro.

—Este demonio, en lugar de proporcionarnos «un buen rato,» va á alarmar al vecindario... Bajemos, Pancho, y acudamos después para hacerle creer que ha soñado.

—¿Qué hay, Jaime? —le preguntó «misia» Jacoba apareciendo en el patio con una negra esclava y otros servidores.

—Quien sabe, hija—le contestó éste que alli estaba con sus amigos, como si hubieran llegado entonces. —Pareceque esos tiros han sonado en la pieza de don Jacinto, y que don Jacinto grita: Ladrones... Vamos á ver...

— ¡No te expongas, Jaime, no te expongas!..

— Quita, tonta, qué me voy á exponer, y sobre todo yendo con estos amigos...—la dijo Marcet, riendo.

Y los tres subieron de nuevo por la escalera.