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Arriaga, que ya entraba y salia de la tienda y del entre- suelo de Alvarez, como si fuera de su propia casa, estaria alerta y avisaria,

¡St, pues: «el entregador» debia desempeñar su papel con toda perfección!

Y era á principios de Julio del año 28 cuando Arriaga se fué con el parte á Marcet:

—¡Una mina, «hermanito,» una mina de oro y un Banco de billetes!.. Yo mismo lo he visto depositándolo todo en un baúl y en un cajón del escritorio...

Esa era, pues, la oportunidad; pero Alzaga, á pesar de la repugnancia que le causaba «aquel gallego,» callaba, manifestando, elocuentemente, en su silencio, que no esta- ba del todo dispuesto para prestarse á ese plan, por más que Marcet pretendiera imponérsele, asegurándole que no se trataba sino de una broma.

¿Es que á aquel joven le quedaba aún un resto de la hidalguia de que blasonaba su familia?

Si asi era poco le duró, porque el día 4 del mismo mes se volvió á presentar á Marcet dispuesto «á todo,» como él decia.

¿A qué se debió ese repentino cambio?

¡A una nueva exigencia de su adorada Catalina!

Esta había visto en el escaparate de una joyería un ade- rezo de brillantes que era la admiración de todo el que por allí pasaba. Lo habia examinado detenidamente. ¡Qué aguas! ¡Qué luces! Deseaba poseerlo antes de que á al- guien se le ocurriera hacerlo.

—Poca cosa, Francisco. Una bicoca para un hombre tan rico como tú: veinte mil pesos.

¡Y Alzaga le habia prometido comprárselo!

¿Cómo, si no tenía con qué?

No había, pues, más remedio que saquear á Alvarez.

Para esa noche los tres fueron á invitarlo para una re- unión y Alzaga le manifestó que ya habia encontrado lo que buscaba: un piano de «lance.»Se trataba de un amigo que se marchaba á Montevideo y quería desprenderse de aquel mueble por cualquier cosa. A la noche siguiente