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la ciudad encantada de los césares

ría, navío español de rejistro, cierto prior de San Juan de Dios, divisó desde cubierta, a la altura del Estrecho de Lemaire, esto es, en plena Tierra del Fuego, un hombre vestido con capa azul i acompañado de una mujer i un perro. «Pudo ser engaño—dice testualmente en uno de sus memoriales el capitan Orejuela, de aquella vision de los polos;—pero no lo fué ni pudo negarse que era realmente ingles» [1]. Así se lo aseguró tambien, ademas del prior, el piloto de aquella nave, don Gavino de San Pedro, náutico famoso.

Agregaba todavía el malicioso impostor como motivo de fundadas sospechas sobre los planes de los ingleses (a los que suele llamar tambien bostonense) los repetidos viajes del capitán Cohó (Cook) i su ocupacion reciente de Otageti (Otahiti). ¡Qué tales orejas las del capitan Orejuela!

Por fin, así como los indios puelches llaman viracochas a los indios Césares, así acostumbraban lla-


  1. Manuscrito citado de Figueroa. La suposicion de Orejuela no tenia siquiera el mérito de la orijinalidad, porque ciento i cincuenta años ántes el padre Ovalles habia dicho que los Césares eran holandeses, a la sazon en guerra con España. «Si no es, dice el buen jesuita, que vengan de alguna otra de Olandeses que haya padecido por aquel paraje la misma fortuna i el color blanco i rubio de esta jente i hablar una lengua que ninguno de los que fueron a este descubrimiento la pudo entender, parece que hace probable esto segundo, i puede ser tambien que sea lo uno i lo otro,» es decir, que los Césares fuesen españoles i holandeses (Ovalle, Historia, cap. V, páj. 71).