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IX
Vida de Cervantes.

de sus estudios á consecuencia de su agitada vida, que pudo muy bien y debió debilitar la forma material de sus primeras sensaciones literarias, pero nunca borrar el espíritu de ellas, ni la oportunidad y gracia con que se fundian y á su propósito se amoldaban en la activa oficina de su entendimiento. Si hubiese seguido alguna carrera literaria tal vez se hallaria privado el mundo de aquellas obras, donde mas que la ostentacion de las ideas ajenas campea y resplandece la originalidad de las propias, y sobre todo aquella travesura y práctica del mundo, que se aprende mejor en las posadas, campamentos y cárceles, que en las graves universidades, aun entre los pasajeros desahogos y escapadas de la bulliciosa estudiantina. No los hubo de desconocer CERVANTES, supuesto que los describió con singular maestría en repetidos pasajes, y. de aquí han sospechado algunos que estudió dos años de filosofía en Salamanca. Realmente ha asegurado alguno haber visto en los apuntamientos de las matrículas corespondientes á aquellos años inscrito el nombre de un MIGUEL DE CERVANTES, que por mas señas vivia en la calle de Moros; y las alusiones tópicas y de costumbres que se notan en varios pasajes de sus obras, y sobre todo en su novela de la Tia Fingida, dan á entender que no hablaba de oidas ciertamente. Sin embargo de todo, se hace dificil comprender cómo, no hallándose muy holgada en recursos la familia de CERVANTES, y viviendo cabalmente en Alcalá, donde se daba á la juventud abundante instruccion en las ciencias que privaban en aquella época, pudo determinarse á sostener esta nueva carga, á no ser que recibiese el auxilio de un protector hasta aquí desconocido, ó que con mengua de su hidalga condicion consintiese un mozo tan bien dispuesto la vida desairada de sopista.

De todas maneras, se hallaba CERVANTES en Madrid, cuando en 24 de octubre de 1568 celebraba la villa en las Descalzas Reales las solemnes exequias de la reina Isabel de Valois, mujer de Felipe II, cuya temprana muerte, combinada con otros sucesos contemporáneos, dió ocasion á tantas hablillas entre los desocupados, y á tan misteriosos comentarios entre los historiadores. El maestro Juan Lopez de Hoyos, ya citado, tuvo el encargo por el ayuntamiento de componer las historias, alegorías, geroglíficos y letras que debian colocarse en la iglesia, y con este motivo publicó una relacion de la enfermedad, muerte y funerales de aquella princesa, insertando allí varias composiciones poéticas de sus discípulos, unas en latin y otras en castellano. Entre ellas figura con expresa y particular recomendacion el nombre de MIGUEL DE CERVANTES, al frente de un soneto, cuatro redondillas, una copla y una elegía en tercetos, compuesta en nombre de todo el estudio y dirigida al cardenal Espinosa, inquisidor general[1].

Tales son las primicias que conocemos de aquel grande ingenio, las cuales por su mérito intrinseco estarian ya olvidadas, si el vuelo que tomó despues no hicieran interesante y curioso cuanto á él se refiere, y mas que todo sus primeros arranques. En mucho los estimaria su maestro, cuando en la referida relacion colma de elogios á su autor, llamándole repetidamente su caro y amado discipulo, que lo habria sido anteriormente sin duda, supuesto que á la sazon contaba ya veinte y un años. Ni deben extrañarse estas muestras de admiracion, que ahora pasarian por desmedidas, si se considera el estado de la poesía española en aquella época.

El gusto no estaba formado aun; en las manos de la juventud apénas corrian mas libros que las primitivas ediciones de los cancioneros; todavía las obras de Boscan y Garcilaso no se vendian por dos reales, como decia Quevedo mas de treinta años despues; la mayor parte de las buenas composiciones de la primera mitad del siglo xvi se hallaban inéditas; la novedad dabe el nombre de divinos á poetas muy medianos; los mayores ingenios de aquel siglo, Fr. Luis de Leon, Hernando de Herrera y otros, borroneaban á sus solas los preciosos ensayos de su juventud; D. Alonso de Ercilla, recien venido de Chile, arreglaba los borradores de su Arau-

  1. Poesias sueltas, pág. 612.