cana, y en aquel mismo año y mes nacia en Valdepeñas Bernardo de Valbuena no debe pues sorprendernos el que los mas allegados á CERVANTES, los que disfrutaban de su conversacion animada, llena de brio, salpicada de gracia, adivinasen ya, por sus primeras tentativas, lo que en otro género habia de ser despues.
Probablemente en esta ocasion hubo de conocerle y cobrarle afecto monseñor Julio Aguaviva, hijo de los duques de Atri, y muy estimado de la santidad de Pio V, quien le envió desde Roma, en calidad de legado, so capa de dar á Felipe II el pésame por la muerte del principe D. Cárlos, y con el encargo de arreglar asuntos relativos al ejercicio de la jurisdiccion eclesiástica, con motivo de ciertas competencias ocurridas en el Estado de Milan. Habia á la sazon subido de punto el sombrío humor del Rey, á consecuencia de disgustos de familia, lo cual, unido á su extremada delicadeza en cuanto se rozaba con las regalías de la corona, dió lugar que el legado fuese recibido con desabrimiento y despachado no muy á su gusto, pues en 2 de diciembre se le expidieron sus pasaportes para que saliese de España, por via determinada, en el término de sesenta dias. Era Julio Aguaviva mozo virtuoso y de muchas letras ; tenia poco mas de veinte años, y á los veinte y cuatro recibió el capelo; gustaba mucho, segun el testimonio de Mateo Aleman, de tratar á los hombres de ingenio, á quienes obsequiaba magníficamente. Prendado de las buenas disposiciones de CERVANTES, le recibió á su servicio en clase de camarero y lo llevó consigo á Italia.
Este viaje fué para CERVANTES de sumo aprovechamiento, por cuanto desenvolvió en gran manera su genio observador. Por las descripciones de paises y de costumbres que diseminó en numerosos pasajes de sus obras, se puede casi trazar la ruta que llevó, por Valencia, Cataluña, el mediodía de la Francia, el Piamonte, el Milanesado y la Toscana, hasta la capital del orbe católico. Hallábase entonces la Italia en el mayor grado de cultura literaria: aun resonaban en ella los cantos del Taso y del Ariosto; delantera á todas las naciones en la grande obra del renacimiento, aun conservaba frescamente impreso el sello de Leon X, de los Médicis y del mismo Cárlos V, quien, sea dicho de paso, favoreció mas la literatura italiana que la nuestra. Grande era el concurso de españoles en aquella península, cuyos dos extremos y aislados apéndices formaban parte de la vasta monarquia de Felipe, como puntos avanzados para observar el Levante y amenazar las contrapuestas costas africanas. Unos pasaban allá con gobiernos, magistraturas y otros cargos de pública administracion; otros iban á militar bajo las temidas banderas guiadas por acreditados capitanes; otros acudian de propósito á instruirse en aquellas famosas universidades y colegios, entre los cuales descollaba el fundado en Bolonia por el cardenal Albornoz para sus compatriotas; otros por fin mas escasos de medios visitaban el pais á la sombra de algun principe protector, de cuyo servicio los mas bien nacidos no se desdeñaban.
El palacio de un hombre tan ilustre, cortesano y accesible como el futuro cardenal, debia de ser frecuentado por los buenos ingenios que florecian entónces en Roma; y allí trataria CERVANTES algunos que formarian su gusto, excitarian su emulacion, y aun le pegarian los italianismos de que se resienten alguna vez sus escritos. Pero este género de vida duró poco: sin ningun motivo de desagrado, dejó CERVANTES una casa de la cual conservó siempre gratas memorias. En el año de 1571 habia sentado ya plaza de soldado en los tercios españoles. O tedioso de la domesticidad, que no cuadraba á su carácter independiente, ó lo que es mas probable, ambicioso de todo género de gloria en un siglo entusiasta y emprendedor, abrazó con ardimiento una carrera que atraia á la noble juventud, y en que los ánimos esforzados veian ocasiones honrosas de distinguirse y de medrar. Al orgullo nacional se agregaban entónces estímulos muy activos, por la relacion que tenian con las ideas religiosas y civilizadoras. El ser español era todavía un timbre de gloria: los conquistadores del Nuevo Mundo aspiraban tambien á mantener su disputada superioridad en el antiguo, y desafiaban arrogantes á todas las