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XVII
Vida de Cervantes.

peado español, tenia seguros sus cristianos, bajeles y aun toda la ciudad: tanto era (añade el mismo escritor) lo que temia las trazas de MIGUEL DE CERVANTES.

Mientras en tales proyectos andaba ocupado, sus desvalidos padres, arruinados ya con el rescate de su mayor hermano, continuaban las diligencias para obtener el de MIGUEL. Con este fin buscaron documentos con que hacer constar sus servicios. D. Juan de Austria, que de ellos habia sido testigo y justo apreciador, habia muerto ya; el duque de Sesa dió una certificacion en que muy expresivamente los encarecia, y los declararon judicialmente ante la autoridad muchas personas que habian presenciado sus hazañas en el ejército y en el cautiverio. Entre estos pasos vino á fallecer agoviado por tantas pesadumbres su padre Rodrigo, cuya viuda D. Leonor de Cortinas los continuó sin descanso con todo el amor de una madre, hasta que ayudada de su hija D. Andrea pudo entregar á los religiosos de la órden de la Trinidad trescientos ducados, cantidad que distaba mucho todavía de la que exigia el codicioso berberisco.

Una persona piadosa (y no callemos el nombre de un bienhechor de la humanidad), Francisco Caramanchel, doméstico de un consejero, dió cincuenta doblas; otras cincuenta se le aplicaron de la limosna general de la órden Redentora. Esperaban completar la partida con la gracia que se habia solicitado del Rey, cuyo gobierno, despues de las dilaciones y viciosos trámites que tambien entonces seguian los expedientes, y conforme al ridículo sistema de arbitrios particulares para cada objeto, de que aun ahora nos quedan resabios, concedió por toda merced un permiso para exportar de Valencia á Arjel por valor de dos mil ducados de mercaderías no prohibidas. Se trató de negociar el privilegio, y nadie ofreció por él mas de sesenta ducados: probablemente importarian mas los derechos curiales para la expedicion de la cédula, que por este motivo no se sacó. Nada tuvo CERVANTES que agradecer en esta ocasion á los que despues llevaron constantemente la ingratitud hasta la tenacidad.

Por este tiempo, en mayo de 1580, los padres de la Santísima Trinidad, provistos de algunos fondos de la Orden y de particulares, llevaron á Arjel el estandarte de la Redencion. Este sagrado instituto, lo mismo que el de la Merced, prestó por espacio de largos años eminentes servicios á la causa de la humanidad indignamente ultrajada. Cuando los gobiernos no son capaces de satisfacer todas las necesidades de la sociedad que presiden, es indispensable que el celo de los hombres generosos supla esta imperdonable falta; y si se agrega á sus esfuerzos el poderoso estímulo de la religion, suelen conseguir efectos maravillosos hasta que, cesando el objeto que vivifica la obra, viene naturalmente la corrupcion en pos de la indiferencia. Dirigia esta gloriosa expedicion el P. Fr. Juan Gil, procurador general, acompañado del P. Fr. Antonio de la Bella, ministro del convento de Baeza. Así que estos dos buenos religiosos llegaron á su destino, solicitaron el rescate de CERVANTES; pero su amo se obstinaba en no querer rebajar el precio de mil escudos en que lo habia tasado para doblar el importe de la compra. Cuatro meses se pasaron en tan odioso regateo: en este intermedio espiró el término del bajalato de Azan, quien habia entregado ya el gobierno á su sucesor Jafer—Bajá. Ya iba á salir del puerto con cuatro buques propios y siete de escolta; ya CERVANTES estaba amarrado á su banco y con el remo en la mano. Reflexiones, súplicas, empeños, apoyaron el último esfuerzo. El dia 19 de setiembre de aquel año recibió sus quinientos escudos de oro en oro de España, con mas nueve doblas de derechos para el cómitre y demas oficiales de la galera; mandó desembarcar á CERVANTES ya libre, y pocas horas despues navegaba hacia Constantinopla. El dinero destinado á CERVANTES no alcanzaba á cubrir la suma exigida: fué preciso buscar entre mercaderes doscientos veinte escudos, bajo la garantía de los religiosos, que nunca pudieron emplear mejor el crédito de su Orden.

Restituido CERVANTES á la libertad permaneció todavía en Arjel hasta fines de aquel año, agasajado de cuantos conocian sus bellas prendas. Solo su delator, el mencionado Juan Blanco de la Paz, que como casi todos los perversos aborrecia con preferencia á quienes mas había T. Ib