Página:Biblioteca de Autores Españoles (Vol. 01).djvu/33

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
XXV
Vida de Cervantes.

que pesaroso CERVANTES al ver que su obra no obtenia el despacho que esperaba, hizo impri—mir subrepticiamente un papel anónimo con el título de Buscapié, en el cual llamó la atencion del público, dando la clave de las misteriosas alusiones esparcidas en su narracion. Segun esto, el objeto del libro variaba de todo punto, supuesto que sus personajes no serían puramente imaginarios, sino caricaturas del emperador Carlos V y otros sugetos importantes de su corte, en cuyas empresas y regocijos reinaba á la verdad cierto espíritu caballeresco, que podia muy bien prestarse á la sátira. Pero nada confirma semejante hipótesis, y hay muchas razones que la contradicen y destruyen. Siempre CERVANTES, especialmente en el Don Quijote, habló con sumo respeto y formalidad de aquel gran monarca, hasta darle el nombre de invictisimo, pecando contra la gramática por esforzar el epiteto. No pudo pues ridiculizar á quien tanto encomiaba; y faltando conocidamente el motivo que se supone, no es de creer que un hombre tan comedido como CERVANTES quisiese exponerse gratuitamente a los peligros de una publicacion que lubiera podido costarle sinsabores de mas de un género. Pero una persona respetable aseguró á D. Vicente de los Rios que habia visto un ejemplar del Buscapié en poder del conde de Saceda; hecho que, sin ofensa de la veracidad del aseverante y sin menoscabo de la sana crítica, puede explicarse (observa Clemencin) por el artificio de algun escritor para iludir al Conde, que era rico y goloso en la materia. Mas dificil era, añade, contrahacer la edicion primitiva de la gramática de Antonio de Lebrija, y se contrahizo en este siglo pasado el Buscapié no tenia que temer comparaciones ni cotejos[* 1]

Del entusiasmo público no participaron algunos escritores, ya por los celos del oficio, ya por la creencia de liallarse comprendidos y señalados en las censuras literarias vertidas incidentalmente y como de paso en el Don Quijote, ya en fin por efecto de estas malas tentaciones á que nos hallamos propensos sin poderlo remediar los que nos dedicamos á este ejercicio. Entre tales murmuradores deben contarse D. Luis de Góngora, introductor del culteranismo, que empezaba entonces á inficionar nuestra literatura, el Dr. Cristóbal Suarez de Figueroa, traductor del Guarini, autor de la Plaza universal de ciencias, hombre excéntrico, como ahora diriamos, en la sociedad donde vivia, y el escritor petulante que algun tiempo despues, segun verémos, se disfrazó bajo el pseudónimo de Alonso Fernandez de Avellaneda. Era este conocidamente uno de los ciegos admiradores del gran Lope de Vega, al cual iban sin duda dirigidas las discretas observaciones del canónigo de Toledo, en el capítulo XLVIII de la primera parte de Don Quijote. Del mismo Lope hay indicios de resentimiento, que algunos se empeñan en negar, mas por mucho que nos lastime el ver á dos hombres tan eminentes descender de su altura para confundirse en el campo de las vulgares miserias, es fuerza confesar que hay en ello algo de verdad, y que, si no hubo rompimiento, lubo desvio. ¿En qué punto debieron encontrarse los dos, caminando por distintos senderos hacia la cumbre de la gloria? Es verdad que quisieron reciprocamente invadir el patrimonio que la naturaleza les habia señalado. Quiso CERVANTES escribir comedias, y cayó en un punto mas abajo de la medianía; quiso Lope escribir novelas, y apestó. En la vida de este último entrarémos en mas pormenores sobre esta curiosa rivalidad.

Pocos meses despues de publicado el Don Quijote ocurrió á CERVANTES un disgusto que debió acibarar por algunos dias su existencia. No parece sino que una tenaz fatalidad le andaba persiguiendo sin cesar por todas partes. Permanecia en Valladolid con alguna tranquilidad en el seno de su familia, compuesta de su mujer, de su hija natural, de su hermana viuda doña

  1. Desde que escribimos la presente Vida no ha variado nuestra opinion en punto á la existencia del Buscapié, á pesar de haberse publicado el año pasado de 1848 en Cádiz un libro de este titulo, con eruditisimas y abundantes notas, por D. Alfredo de Castro, quien lo encontró, no impreso como se suponia, sino copiado de mano, entre los papeles que adquirió de un curioso. No es este lugar de exponer los fundamentos que tenemos para pensar asi, de conforinidad con otras personas mas inteligentes. Baste decir que la invencion no corresponde al ingenio de CERVANTES, aunque en el lenguaje se trató de remedaric, y que algun descuido cometido por el verdadero autor, colocando la escena, ya en Madrid, ya en Valladolid, descubre la incertidumbre con que escribia.