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DON FRANCISCO DE MEDRANO

Sus hojas obre al nuevo sol la rosa!
Y lú, iiij-ríiio, ¿ele iiniílin la marchitas?
Al cielo si volvemos, en la luna
^o un Semblante hallamos;
¿Porqué pues con [jruileuciaasiimporluDa
El ánimo cansamos
Wt-nosíiue para trazas infinitas?
Ui jemos bien jirudenles,
Oh mi dulce M< fénas, oh mi amparo,
Penas (¡ue nos oprimen insólenles;
allí a la orilla, alli del Hélis claro
Casas, á lí, grim dueño suyo, estrechas
A la peqm ñez nuestra gran palacio)
Vivamos desceñidos,
Desciiidiidos vivamos y despacio,
Del rio enliclenidüS,
Poras, fáciles horas y derechas.
Tú asi como rogando
Lo mandas, mas m ulta fuerza tiene,
Fuerza de ley, aquel tu imperio blando.
Poiiiélo resistir? Barquero viene,
Toldado el barco y fresco. Mueve, mueve
Los remos á compás, y apriesa; leutaMenle vamos de armada
De paz ya espera fácil, ya Cüntenta,
La mesa coronada
De flores y de fruías y de nieve,
Y de amistad sabrosa,
Sazón de todo. Y ¿Julio tuvo en precio
De un breve cetro la ambición medrosa?
Y ¿era varón? ¡Oh deslumbrado! oh necio!
Suena la lira, Anfriso; y tú, Nerea,
Dame agua. Beso el búcaro, bebamos,
Por los pechos se vierta;
Todo es salud. ¡Oh así vivir podamos I
La ventana esté abierta,
Por si bullere un soplo de marea.

SONETO XLVIII.
A don Diego de Quiñones.

¿Quién jamás en tan luengo y espacioso
Proceso de los siglos ha nacido,
Y en mundo tan sin términos tendido.
Que usurpar ose el nombre de dichoso?
El sobresalto solo temeroso
De cambiar suerte á aquel { si alguno ha sido)
Que mas pródigo el cielo ha enriquecido
Para hacerlo infelice es poderoso;
Y ¿á cuántos, Sergio, á cuántos traen á extremos
Males, extremos bienes, estos bienes
Que los blasfemas junto y los adoras?
Mas cuando otras miserias no acusemos,
¿Cómo bien será alguno aventurado.
Si hombre ninguno hay sabio á todas horas?


XLIX.
A Filipo III, luego que heredó y se casó.

Majestad soberana, en (¡uien el cielo
Tanto valor encierra y saber tanto,
Que ya á la invidia sobras, ya al espanto,
Hollando sa¡iio el mar, valiente el suelo.
Emulo de tu padre y Je tu abuelo,
r.ompecon la memoria por Lepunto,
Y adora en Asia el monumento sanio
Guard; ('-I para pompa de tu ce o.
El cielo esta victoria solicita,
Y á Marte y rálas ha juntado en uno
(Del siró y persa victorioso bando).
L'n mundo es poco para cada uno,
Pues ni Isabel fué mas que Margarita,
Ni debes tú ser menos que Fernando.


L.

No siempre fiero el mar zahonda el barco,
Ni acosa el galgo á la medrosa liebre,
Ni sin que ella afloje ó él se quiebre,
La cuerda siempre trae violento el arco.
Lo que es rastrojos hoy, ayer fué charco,
Frio dos horas antes lo que es fiebre;
Tal vez al yugo el buey, tal va al pesebre,
Y no siempre severo está Aristarco.
Todo es mudanza, y de mudanza vive
Cuanto en la mar aumento de la luna,
Y en la tierra del sol vida recibe.
Y solo yo, sin que haya brisa alguna
Con que del gozo al dulce puerto arribe,
Prosigo el llanto que empecé en la cuna.


LI.

Si por ser, Amarili, el amor fuego
Lo piulan los filósofos desnudo,
Y la belleza tuya sola pudo
Dar entrada eñ mi alma á aqueste ciego;
Pues bella y sabia eres sin par, le ruego
Quieras soltarme aqueste sutil nudo.
¿Por qué, de Li arredrado, ardiendo sudo,
Y tiemblo helado cuando á ti me llego?
Dirás que eres mi fuego y que aborrezco
El morir abrasado cuando veo
Tus llamas cerca, y de temor me enfrio;
Mas ¿cómo, si arder todo en ti deseo?
Fiebre debe de ser lo que padezco;
Que para mas arder comienza en frió.


LII.
A la renunciacion que hizo el emperador Carlos en el hijo y el hermano.

De sostener cual nuevo Atlante el mundo
El siempre augusto Carlos ya cansado,
«Gentes, dice, no vistas he domado,
Hollado el suelo, hollado el mar profundo.
«Hecho el persa monarca á mí segundo.
Preso al francés, al moro leyes dacío.
El cielo en ambos hombros sustentado.
Mas grave con las glorias que en él fundo.»
Luego, del mundo desdeñoso y harto,
« Tú gobierna (al hermano le decia)
De Roma el ancho imperio y de Alemana.»
Y al hi.io: « Tú de la invencible España
Y del indio tendrás la monarquía,
Y entre arabos junte amor lo que yo parto.»


LIII.

Robóme i '>h Julio! una cobarde fiera
(Fiera y cobarde, Julio, cruel seria),
La mitad me robó del alma mia,
Y;. tú r un vives, mitad? ¡Quién lo creyera!
Ira al fin mujeril; que no cupiera
En varón semejr nle villanía
Necia; los que el amor y el cielo unia,
¿Quiér, sino tú apartarlos pretendiera?
¿Qué se puede? Vivamos divididos,
Dulce Amarilis mia, t.i esperanza
De vencer con paciencia y vida el hado.
Julio, ¿quién desordena mis sentidos?
Iba á hablarte, y hanme arrebatado,
Ya el amor, ya el dolor, ya la venganza.


ODA XXXIV.
A Fernando de Soria[1].

¡Ay Sorino, Sorino, cómo el dia
Huyendo se desliza,
Y unos atrepellando y otrc años,
A la muerte corremos á porfía!
¡Tanta priesa á volvernos en ceniza!
Y átales desengaños.
Mal ciegos, con afanes ¡ay! tamaños,
¿Tras una sombra de ambición mentida
Fatigamos la vida?
En vano temerosos desviamos
De nos á Marte airado,
Y al mar con Euro y Noto enfurecido.
En vano los malsanos excusamos
Ábregos del otoño destemplado;

  1. Imitacion de la oda ix del libro segundo de Horacio: Ileu fugaces.