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ESCENA VIII

DICHOS, PAULINA

Paul. ¿Qué es eso, tía? ¡Qué voces!

Isab. Mírale... ¿No te lo predije?

Paul. (Riendo á carcajadas al ver á Arcadio.) ¡Ja, já, já! ¡Usted aquí todavía!

Arc. ¡Todavía, todavía! Poco á poco. Cuando dije que me marchaba, me marché. Sólo que he vuelto.

Isab. ¿Le conocías?

Arc. ¿No me oyó usted que soy de la casa?

Isab. (A Paulina.) No te fíes.

Arc. Al pronto me tomó por un rata.

Isab. Así... primero.

Arc. Ni el primero, ni el segundo, ni el tercero. La señora puede responder por mí. Yo no quito nada de nadie.

Paul. Eso es verdad; lo pide todo.

Arc. ¡Pobre tía!

Paul. ¿Qué?...

Arc Tía... de usted. ¡Pobre tía... de usted, qué susto ha llevado!

Paul. Si usted no se hubiese metido por segunda vez donde no hacía falta...

Arc. Yo no hacía falta, pero á mi me la hacía muy grande el librarme de ese sol de mise- ricordia que abrasa y liquida. De aquí al río, ya ve usted qué trecho, y de aquí á mi casa tres horitas... Paul. ¿Su casa de usted tiene ruedas? Porque se va alejando. Arc. He creído que no me negaría usted hospita- lidad hasta que el calor amaine, (Siéntanse.) Dígale usted á la tía que se acerque, que se le pase el miedo. (Saca la petaca y enciende un puro.)

Paul. ¿Vuelta á fumar?

Arc ¡Oh! Soy fumador sempiterno.

Paul. ¡Ay, qué vicios!

Arc. Este es barato.

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