Paul. Sobre todo para usted. (Pausa.)
Arc. (Mirando el reloj.) Las doce y media.
Paul. Sí; ya sabemos.
Arc. ¿Ustedes comen á la española?
Paul. No, señor; á la francesa.
Arc. Pues entonces, ya es hora de almorzar.
Isab. Van á poner la mesa (a Paulina.) No me gus- ta... este hombre no me gusta.
Arc. ¿Y almuerzan ustedes sólitas?
Paul. Sólitas, y tan ricamente.
Arc. Hoy tienen ustedes algo al gratín.
Paul. ¿También ha entrado usted en la cocina?
Arc. No, señora; pero lo huelo. Y estará rico, yo se lo aseguro á usted. Le da á uno así... cierta dentera.
Isab. (Bajo á Paulina.) ¡No le invites! (Vase por la iz- quierda.)
Paul. No hay cuidado.
Arc. Como uno está con el chocolate.,, á estas al- turas. (Mirando el reloj.) Porque es la una me- nos cuarto.
Paul. Francamente; ¿usted tiene el propósito?...
Arc. ¿De qué?
Paul. ¿De hacerse convidar?
Arc. ¡ Ah!... ¿Yo cómo había de desairarla á usted?
Paul. No llegará el caso, porque yo estoy resuelta á no convidarle.
Arc. Eso es muy duro.
Paul. Usted se cree en tierra de moros.
Arc. Usted, ¿por qué me ofrece su casa?
Paul. Usted, ¿por qué la acepta? Aprenda á ser prudente y comedido.
Arc. Me clavó usted el dardo en mitad del pecho.
Paul. Pues que usted se mejore.
Arc. Y es justo, lo reconozco. Yo no debí llegar tan allá.
Paul. Vamos, no llore usted ahora.
Arc. No lloro, porque un hombre llorando se pone muy feo, y desciende y cae en el ridículo; pero me conduelo, me acuso, me estoy po- niendo interiormente como un trapo. ¿Quie- re usted que rece el Yo pecador, que cante la palidonia mientras ustedes almuerzan? |La cantaré!