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todos, que, desesperados ya de la vida temporal, solo conspiraban á asegurar, por medio del arrepentimiento, la eterna: nadie creyó, en tan deshecha tormenta, quedar con vida; porque todos esperaban por momentos ser sepultados en las entrañas de la tierra. Todo era confusion, todo horror: faltó el consejo á los sábios y à los ánimos mas esforzados el aliento. Púsose en desconcierto todo el órden y armonía de la Repùblica: aparecieron los campos, las calles y plazas, pobladas de gente de todas clases, todos turbados, todos medrosos, pues solo en el semblante macilento y pàlido de cada uno, se leían los sustos y temores que cubria en su pecho.

Olvidó sus recatos el pudor, haciéndose visibles al público, en sus trajes domésticos, las mujeres mas honestas y los religiosos mas retirados: presentáronse igualmente á los ojos (y fué éste el espectàculo mas doloroso á los de la piedad), entre la confusa multitud, todas las Comunidades de monjas y beatas, que batidos los muros y rotas, à violencias del terremoto, las márgenes de su clausura, salieron á buscar en campo abierto refugio y seguridad á sus vidas. Los achacosos, los decumbentes, á quien no puso el rigor de su dolencia grillos, temiendo en sus lechos y abrigos mayores riesgos, se expusieron á los de la inclemencia é intempérie de los despoblados. Los reos y facinerosos, á quienes tenian en dos càrceles (la de Corte y la de Cabildo) puestos en justa prision sus delitos, gozando esta ocasion indulto, salieron por las puertas que les franqueó en las brechas que hizo el terremoto: hasta los brutos, poblando de tristes alaridos los aires, y como previniendo con su natural instinto el riesgo que amenazaban los techados, salian en tropel à las calles. Así, eran éstas, las plazas y todos los despoblados, una confusa y desordenada mezcla de personas de todas gerarquías, que turbadas, pavorosas y enagenadas de sí mismas, andaban tumultuariamente á todas partes, como buscando en alguna, consuelo à su tribulacion, ó senda para huir los peligros: pedíanse recíproca-