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es que no quisiera Dios haberme enviado esto en la batalla de mañana. Conque... se acabó.

Las facciones del veterano se entristecieron con la idea de no haber recibido su herida en una batalla.

—¡Tadeo!—exclamó el capitán en tono irritado; y en seguida añadió con más blandura—: ¿A qué viene esa tontería de exponerte así por un perro?

—No fué por un perro, mi capitán; fué por Rask.

El rostro de D’Auverney se inmutó de repente, y el sargento prosiguió en su discurso:

—Fué por Rask, por el perro de Bug...

—Basta, basta, Tadeo—dijo el capitán, cubriéndose los ojos con una mano—. Vamos—añadió después de un breve silencio—, apóyate sobre mí y vamos al hospital.

Después de hacer una respetuosa resistencia, obedeció Tadeo; y el perro, que durante toda esta escena se había entretenido, por desfogar su alegría, en roer la magnífica piel de oso de su amo, se levantó y les fué siguiendo a entrambos.

II

Este episodio había despertado en grado sumo la curiosidad de los bulliciosos espectadores.

El capitán Leopoldo d'Auverney era uno de aquellos hombres que, sea cual fuere el escalón en