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tanto como otros diez negros cualesquiera; y, en fin, que sobraba con sus brazos para poner en movimiento los cilindros de un molino de azúcar. Mi tío me escuchaba y aun me daba a entender que quizá haría desistimiento de la queja. Sin embargo, no le hablé al negro de mis esperanzas, queriendo gozar del placer de anunciarle su libertad por entero si la conseguía; pero lo que causaba admiración era el ver que, creyéndose próximo a la muerte, no se aprovechaba de los medios de fuga de que disponía. Cuando se lo manifesté, respondió con frialdad:

—Juzgarían que tengo miedo.

XIV

Una mañana vino hacia mí María inundada de gozo, y lucía en su dulce semblante algo de más angelical aun que los contentos del amor más puro. Era el pensamiento de una buena acción.

—Escucha—me dijo—: dentro de tres días llegarán el 22 de agosto y nuestra boda. Pronto...

Yo le interrumpí, contestando:

—No digas pronto, María, cuando faltan tres días aún.

Se sonrió, ruborizándose, y prosiguió:

—No me turbes, Leopoldo, que me ha venido una idea que te pondrá contento. Sabes que ayer fuí a la ciudad con mi padre para comprar los

Bug-Jargal
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