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Cañas y barro

tío Paloma enorgullecíase viendo con qué impulso sacaba los mornells del agua ó hacía deslizarse la barca sobre el lago.

—Es el hombre más hombre de toda la Albufera—decía á sus amigos—. Su cuerpo se la venga ahora de las enfermedades que sufrió de pequeño.

Las mujeres del Palmar alababan no menos sus sanas costumbres. Ni locuras con los jóvenes que se congregaban en la taberna, ni juegos con ciertos perdidos que, una vez terminada la pesca, se tendían panza abajo sobre los juncos, á espaldas de cualquier barraca, y pasaban las horas manejando una baraja mugrienta.

Siempre serio y pronto para el trabajo, Tono no daba á su padre el más leve disgusto. El tío Paloma, que no podía pescar acompañado, pues al menor descuido se enfurecía é intentaba pegar al camarada, jamás reñía á su hijo, y cuando, entre bufidos de mal humor, intentaba darle una orden, ya el muchacho, adivinándola, había puesto manos á la obra.

Cuando Tono fué un hombre, su padre, aficionado á la vida errante y rebelde á la existencia de familia, experimentó los mismos deseos que el primitivo tío Paloma. ¿Qué hacían aislados los dos hombres en la soledad de la vieja barraca? Le repugnaba ver á su hijo, un hombretón ancho y forzudo, inclinarse ante el hogar, en el centro de la barraca, soplando el fuego y preparando la cena. Muchas veces sentía remordimiento contemplando sus manos cortas y velludas, con dedos de hierro, fregando las cazuelas y haciendo saltar con un cuchillo las escamas duras, de reflejos metálicos, de los peces del lago.

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