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V. Blasco Ibáñez

comer, sino para el ahorro. Había que fijarse en las ventajas del cultivo del arroz: poco trabajo y gran provecho. Era una verdadera bendición del cielo: nada en el mundo daba más. Se planta en Junio y se recolecta en Septiembre; un poco de abono y otro poco de trabajo, total tres meses: se coge la cosecha, las aguas del lago, hinchadas por las lluvias del invierno, cubren los campos, y ¡hasta el año siguiente! La ganancia se guarda, y en los meses restantes se pesca á la luz del sol y se caza ocultamente para mantener la familia. ¿Qué más podía desear?... El abuelo había sido un pobre, y después de una vida de perro sólo logró construir aquella barraca, donde vivían eternamente ahumados. Su padre, á quien tanto respetaba, no había conseguido guardar un mendrugo para la vejez. Que le dejasen á él trabajar á gusto, y su hijo, el pequeño Tonet, sería rico, cultivaría campos cuyos límites se perderían de vista, y sobre el solar de la barraca tal vez se levantase con el tiempo una casa mejor que todas las del Palmar. Hacía mal su padre en indignarse porque sus descendientes cultivaban la tierra. Más valía ser labrador que vivir errante en el lago, pasando hambre muchas veces y exponiéndose á recibir el balazo de un guarda de la Dehesa.

El tío Paloma, pálido de rabia al oir á su hijo, miraba fijamente una percha caída á lo largo de la pared, y las manos se le iban á ella para romperle de un golpe la cabeza. Se la hubiera roto de ocurrir la rebeldía en otros tiempos, pues se consideraba con derecho después de tal atentado á su autoridad de padre antiguo.

Pero veía á la nuera con el nieto en brazos, y