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Cañas y barro

mes de alimento, que parecía imposible pudieran contenerse en un estómago humano.

Comía lo suyo, lo que había conquistado durante el día, y no se cuidaba de lo que cenaban sus hijos ni les ofrecía parte de su caldero. ¡Cada cual que engordase con su trabajo! Sus ojillos brillaban con maligna satisfacción cuando veía sobre la mesa de la familia, como único alimento, una cazuela de arroz, mientras él roía los huesos de algún pájaro cazado en el interior de un carrizal al ver lejos á los guardas.

Tono dejaba hacer su voluntad al padre. No había que pensar en someter al viejo, y el aislamiento continuaba entre él y la familia. El pequeño Tonet era el único lazo de unión. Muchas veces el nieto se aproximaba al tío Paloma, como si le atrajese el buen olor de su caldero.

Tin, pobret, tin—decía el abuelo con cariñosa lástima, como si lo viese en la mayor miseria.

Y le regalaba un muslo de fúlica, grasiento y estoposo, sonriendo al ver cómo lo devoraba el pequeñuelo.

Cuando arreglaba algún all y pebre con sus viejos amigotes en la taberna, se llevaba al nieto sin decir palabra á los padres.

Otras veces la fiesta era mayor. Por la mañana el tío Paloma, sintiendo la comezón de las aventuras, había desembarcado con algún camarada, tan viejo como él, en las espesuras de la Dehesa. Larga espera, tendidos sobre el vientre entre los matorrales, espiando á los guardas, ignorantes de su presencia. Así que asomaban los conejos dando saltos en torno de los tallos de la maleza, ¡fuego en ellos! dos al saco y á correr, á ganar la