Página:Cañas y Barro (novela).djvu/48

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
44
V. Blasco Ibáñez

barca, riéndose después, desde el centro del lago, de las carreras de los guardas por la orilla buscando en vano á los cazadores furtivos. Estas audacias rejuvenecían al tío Paloma. Había que oirle por la noche, al guisar la caza en la taberna, entre sus amigotes que pagaban el vino, cómo se vanagloriaba de su hazaña. ¡Ningún mozo del día era capaz de hacer otro tanto! Y cuando los prudentes le hablaban de la ley y sus penalidades, el barquero erguía fieramente su busto, encorvado por los años y el manejo de la percha. Los guardas eran unos vagos, que aceptaban el empleo porque les repugnaba trabajar, y los señores que arrendaban la caza unos ladrones, que todo lo querían para ellos... La Albufera era de él y de todos los pescadores. Si hubiesen nacido en un palacio, serían reyes. Cuando Dios les había hecho nacer allí, por algo sería. Todo lo demás eran mentiras inventadas por los hombres.

Y después de devorar la cena, cuando apenas quedaba vino en los porrones, el tío Paloma contemplaba al nieto dormido entre sus rodillas y se lo mostraba á los amigos. Aquel pequeño sería un verdadero hijo de la Albufera. Su educación corría á cargo suyo, para que no siguiese los malos caminos del padre. Manejaría la escopeta con asombrosa habilidad, conocería el fondo del lago como una anguila, y cuando el abuelo muriese, todos los que vinieran á cazar encontrarían la barca de otro Paloma, pero remozado, tal como era él cuando la misma reina venía á sentarse en su barquito, riendo sus chuscadas.

Aparte de estos enternecimientos, la animosidad del barquero contra su hijo continuaba laten-