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SANTIAGO CALZADILLA

con algo do esta épooa; pero siempro a propósito de bellezas, como va a verse.

Uno do los grandos servicios que se debe al mando superior en la Municipalidad, del Intendente señor don Torcuato de Alvear, es la completa transformación de aquel barrio, y entro muchas otras la del Cementerio, salido do sus manos, puede decirse, como el Fénix do la fabula, nuevo, limpio y embellecido en cuanto posible pudo ser, aprovechando sus mismos elementos, y sacando partido hasta del hacinamionto y desorden en que por falta do dirección, encontro colocados los sepulcros, las oavernas, diria mejor, que los representaban.

Este antro informo, sucio, horripilante, hasta para los mismos deudos do los que alli yaoian, a tal punto lo era que ni los mas cercanos se aproximaban a él, es hoy visitado con veneración, por las familias que forman romerias, llevando flores frescas y coronas en sus manos (oomo la misma estatua de Tantardini) para adornar los sepulcros de los que tanto amaron en la tierra.

Asi es como ahora se ha convertido aquel local en un centro simpátioo y atrayente, habiendo desaparecido el terror y el sentimiento repulsivo que antes con razón inspiraba el cementerio de la Recoleta.

Hasta el momento do la aparición de la estatua en la tumba de Quiroga, que esta a la izquierda de la entrada, nuestro Campo Santo no tenia cosa alguna en su género digna de la curiosa mirada del viajero. Pero vino la obra maestra, la que a causa de sus inscripciones hubo de ser echada a1 suelo por la indignación del pueblo, una noche, tirando con caballos desdo la calle, puesto el nudo corredizo en la garganta de la estatua para arrancarla de su base, fué salvada por la aparición do los emplea-