La necesidad de dar a mis elucubraciones hasta donde posible sea un orden cronológico, me obliga no solo a invertir el de los capítulos, sino a rectificaciones y supresiones indispensables en favor de mis lectoras.
Cuando se ha vivido mucho, y se ha observado mucho también, es de ver el espíritu de despilfarro de la vida de que hace alarde la juventud de estos tiempos, sobre todo la del sexo femenino; por el apresuramiento de las madres para hacer figurar a sus hijas en el torbellino de las fiestas, de que se separaron durante su educación y su crecimiento. Si es bonita, la presentan a los 15 años a las miradas curiosas de la sociedad, a gozar con ellas de las ventajas de su aparición repentina e inesperada. No piensan que colocan al precioso retoño en la falsa posición de que apareciendo tan temprano le tome después por de más edad que la que realmente tiene.
Es un principio inconcuso, que el que comienza temprano, acaba temprano también; y que a fuerza de mostrarse en todas partes una señorita, pierde el prestigio de la novedad cuando le llega la época en que la mujer está en la plenitud de su crecimiento como de su belleza; que es a los 20 años