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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

se confunden como las caras de los japoneses, que son distintos, y uno cree al mirarlos que es el mismo que vió antes; y de ahi nace el error. En cuanto al señor Lúcas Obes, es argentino y no oriental, como Paunero, y como mi impugnador lo quiere hacer aparecer ahora, pues a ejemplo de Rivadavia echó en Montevideo las bases de la ciudad nueva, y de la hermosa calla del 18 de Julio: ¡nada menos!

Queda salvado el error y de Vd. su obsecuente servidor. — El autor de las "Beldades de mi tiempo".


AL AUTOR DE LAS "BELDADES DE MI TIEMPO"
Estimado señor:

Ei solo anuncio de la aparición de un nuevo capitulo del libro de Vd. (todavia inédito y ya saboreado, como dice Argos), es una promesa que prepare el animo a la grata fruicion que su lectura produce estableciéndose entre el autor y el lector, una comunidad de ideas y sentimintos al evocar el recuerdo de otros tiempos, al que esta ligado tanto nombre simpatico al oido como el de una música que se ha, escuchado en especial situación del animo, recuerdo imborrabie que supera a otros que el tiempo destruye. Al interés de la lectura va unido el de la curiosidad que la supresión de capitulos despierta; y si esto nos pasa a, los del sexo... feo, qué no sera entre las del... bello! Dereohitas se van a ir todas al capitulo VI, a ver qué cosas les cuenta Vd., porque como muchas de ellas saben que las conversaciones de Calzadilla son para hombres solos, lo que al fin de cuentas es un desaire que Vd. les hace, desean penetrar en esos secretos que Vd. les reserva, ¡Y para que el interés sea aún mayor vienen los comentariosl Ayer fué una de 48 años, a oro, (lo que parece ser cartilla vieja y tener mucha letra menuda.) que lo animé a contrinuar la obra empezada, y que agrega nuevos datos de aquellos tiempos y alaba su inocencia. Hoy es Juvencio Arenillas; mañana un Inglés criollo. La verdad que yo seria de opinion de que se agara la suscrición adelantada del sabroso libro, porque para muestra, basta un botón. La verdad que a mi también me dieron tentaciones de salir corrigiendo la ortografia de los nombres ingleses; pero me dije: — ¡quién me mate a mi en camisa de once varas, si al fin de cuentas todos los entienden lo mismo, y eso que ahora