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SANTIAGO CALZADILLA

a las pollitas como si fueran hombres; en esta época me puse el primer casaquín, especie de jaquet que me duró hasta los 20 años, en que recién comencé a perderles el miedo a los difuntos. Buen cuidado tenía yo al acostarme, de registrar debajo de mi cama, a ver si se había escondido el diablo y que me pegara un susto después. ¡Oh! qué tiempos aquéllos tan dichosos; y éstos ¡¡cuán calamitosos!! pero cómo ha de ser!... todo se ha de componer, como dice el presidente cada vez que le llega la ocasión de echar un párrafo sobre la situación financiera que nos consume.

En 1836 los barrios del sur de Buenos Aires eran el Saint-Germain de la aristocracia porteña. Las familias de Darregueira -de don Antonio Sáenz, rector de la universidad (en el convento de San Francisco), —la casa de los Luca — la de correos regenteada por uno de ellos, cuya esposa la señora doña Isabel Casamayor, fué una de las mujeres más cultas que acompañada de las distinguidas señoras Lucía Riera de López, y doña María Sánchez de Mendeville, fueron de las que fundaron la Sociedad de Beneficencia instituída por Rivadavia (que también vivía frente al paredón de Santo Domingo en ese barrio). La familia del cantor del Himno Nacional don Vicente López y Planes, las de Esperón, la de Agüero, la de Sarratea, la señora Pascuala Beláustegui de Arana, la gran casa de don Juan Vivot frente a la iglesia de los Belermitas transformada hoy en casa de moneda, donde dicen que se fabrican los argentinos de oro de cinco duros, de los que muchos, como yo, no hemos visto ni la muestra.

También se encontraba aquí la gran casa de la señora doña Juana Cazon, casada con don Joaquín Almeida Portugués (alias, mameta). Vivía y murió en la casa de su propiedad calle del Perú es-