comercio y de lujosa habitación en la calle de la Florida frente al establecimiento de música de Rodríguez. Sus salones en aquel tiempo fueron una especie de club, en donde se reunian los leones, y el señior don Juan P. Esnaola, nuestro gran pianista y clásico compositor, hizo sentir sus inspirados valses, y aplaudidos minuetes, en los pianos de Collart y Collart, o de Brodouet, que fueron los que ellos introducían al país.
Y las composiciones clásicas como su célebre miserere-mei, y sus misas, las tocaron en las iglesias, que en nada desmerecían de las renombradas de los mejores clásicos de Europa.
Los Tomkingson, los Stegman, los Downes, don José y don Juan en 1816, que la gente españolizó el apellido y los llamaban Obes, de donde salieron los Gelly y Obes, y los Herrera y Obes. Los Riardo Carlaisle (en 1822), don Diego Barton en 1805, y don Tomás Sillitoe en 1820, y Mr. Roberto Robertson.
Los Douguist, Mac-Lean, Brownell, Thwaites, Fair. Los médicos O’Ghan, Lesley y Brown, y tantos otros cuyos nombres se me escapan.
La mayor parte de éstos vinieron de Inglaterra para casas poderosas de comercio, y no como ahora, que solo vienen los dependientes, y los patrones se quedan allí...
Pero pasemos a otros acontecimientos con la descripción de las tertulias de las de Sáenz, en las que no faltaba el bastonero que arreglaba por tarjetas, muy solicitadas y concedidas, el baile próximo a ponerse. Este bastonero, que también celaba su manita en el piano, era un pariente de la casa, do apellido Arzac, hombre de buena pasta, que era bastante sordo y que decía que todo lo que tocaba ¡lo tocaba, de oído! Como también se admiraba de