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SANTIAGO CALZADILLA

zándolas a manera de los últimos disparos de una batalla perdida, en que descargan sus fusiles, los que huyen; armaba este baile y echaba las relaciones que era para alquiler balcones, el oirlas.

Pero nos hemos adelantado demasiado a la época que rememoramos. Seguiremos, pues, con lo relativo a los tiempos más lejanos que el de las tertulias de Senillosa.

Daban antes, más que tertulias, las que hoy llamamos recibos, grandes bailes en la lujosa mansión del señor don Carlos María Huergo, al lado de Senillosa, cuya casa con su graciosa hija Jovita, que fué una bailarina que la Taglione o la Cerrito hubieran aplaudido, fué también por este tiempo un centro atrayente para los unitarios. Dábalos también misia Paulita Planchon, que jamás faltaba a la misa de lo en San Ignacio, la madre del señor doctor Ml. Gallardo y de su hermano el padre del simpático y filantrópico don León Gallardo.

Misia Mauricia Fernández de Coronel, los domingos don Antonio de la Peña, doña Agustina López de Osornio de Rozas, madre de don Juan Manuel; don Manuel Carranza en su espaciosa finca de la calle Nueva, cuya tradición sigue medio siglo después su interesante familia en la calle de Artes número 456, siempre los lunes; y otras muchas familias, reunían también sus relaciones con frecuencia.

En estas tertulias reinaba la más franca alegría, unida al mayor respeto de la juventud por la casa y por la concurrencia; pues si alguno se hubiera permitido la menor descortesía o irregularidad, como las temporadas de ahora, por ejemplo, en que toman a una niña, la sientan, y se ponen a hablar en secreto con ella, aislándola durante la noche del contacto de las demás gentes, en que no sabe uno que admirar más, si la audacia de los ga-