Pero algunos señores mandaron a Chile por caballos de brazos para lucirlos en las calles, no para establecer canchas de juego, como al presente. El primer caballo que vino fué para el doctor Esquerrenea, en el cual salía todas las mañanas de su quinta —— la que hoy es de Lezama, por la calle de Representantes (hoy Perú), a su despacho de juez, luciendo, por supuesto, su pingo chileno, zaino negro, que era el color de moda.
Otro vino para el señor Masculino. Este fué un zaino (dos albo) (dicen los gauchos: Un albo, bueno. Dos, mejor. Tres, malo. Cuatro, pior). El de Masculino, montado en el cual pasaba a saludar a Justa Carranza (lo que era axioma entre los muchachos de la universidad), era hermosísimo, coquetón y braceador insigne, levantando los brazos ondulosamente con acompasada gracia y tanto, que había que pararse a verlo pasar, orgulloso como si comprendiese que lo jineteaba un lindo mozo.
El 3° fué de mi señor padre don Santiago Calzadilla, que se lo mandó de Concepción, de Penco, en Chile, el señor don Domingo Ocampo, hermano del doctor don Gabriel, que casó aquí con mi prima hermana, la linda joven Elvira de la Lastra, madre de Elvira, Laurentina, Etelvina, Astermia, Teodomira y Gabriel Ocampo (más conocido que la ruda), a la que el doctor Ocampo conoció en casa de mi familia, al regresar de la Banda Oriental con mi señor padre, adonde habían ido en comisión del gobierno, después del triunfo de Lavalleja, el héroe de los 33 denodados patriotas, según el canto popular; el uno para arreglar la administración de la hacienda, y el otro para la de los tribunales.
El caballo que vino para mi padre no cedió en