novedad, ni en belleza de formas, a los primeros que lo precedieron.
Era un zaino rabicano que braceaba al frente y se recogía como el de la estatua de Belgrano formando un conjunto que no había peros que ponerle, y lo complementaba por su negra cola de un volumen extraordinario, luciéndola, pues era esa la moda y el mérito especial de los caballos chilenos.
Aquí es el caso de notar la diferencia con el relajado gusto de esta época ¡¡cortar la cola de los caballos!!; es una moda y un gusto detestables, y aun inmorales, pese a los ingleses que lo han introducido; y no digo más porque siendo moda, hay que inclinarse y sufrir esta imposición, como la otra de los zapatos y botines puntiagudísimos, que arrebata a nuestras damas una de sus mas bellas especialidades la forma el alto empeine y la pequeñez del pie; todo por seguir al príncipe de Gales, que sin duda tenía sus razones... pedestres, no lo niego, pero que nuestras bellas hacen mude suscribir a ella; no habiendo tenido la ventaja de ser conquistados el año 1807, no debemos este tributo pedestre al heredero de la Corona Británica.
Que mis bellas lectoras me dispensen esta nueva digresión, siquiera sea en mérito de mi afán por reivindicar todo aquello que constituye los dones y gracias con que las ha enriquecido la naturaleza de nuestra tierra.
Ahora revenons à nos moutons, como dicen los gabachos, es decir, al caballo zaino rabicano que era además de tan buena rienda, que a la simple presión de la rodilla giraba a la derecha y a la izquierda sobre sus patas traseras, como un trompo sobre la púa. Así era como podía manejérsele con rienda de seda.