al alumno, en igualdad de condiciones, llegado el caso de sacar provecho de esa instrucción puramente verbal, encuentra en la falta de facultades prácticas —no ejercitadas por su sexo y por lo tanto no heredadas—; en el exceso de facultades teóricas e imaginarias, es decir, inútiles; y en la oposición de los intereses creados y fortalecidos por el ambiente familiar, social, político, universal, insuperable obstáculo que vuelve contra ella misma, por la decepción que disminuye las fuerzas, lo asimilado con relativa facilidad.
Pero, lo que por ahora interesa, el surmenage femenino queda descartado de la coeducación.
—¿Y el masculino? Peligro es ese que nadie ha notado aún. Como las facultades psíquicas femeninas son las brillantes y más rápido su poder de asimilación, creeráse que el varón tiene que esforzarse para alcanzar los mismos resultados. Si se reflexiona en que en él lo existente es personal, característico, propiedad intrínseca, bien pronto se desechará todo temor.
—¿Debe ser idéntica, en todo momento y en todos los casos, la educación física dada a la mujer y al varón?
Equivalente, volvemos a insistir: Gracia, harmonía, esbeltez, euritmia. He ahí el ideal femenino. Fuerza, precisión, habilidad, es el masculino.
Siendo la moral una resultante del armonioso desarrollo de lo físico y de lo psíquico, las diferencias sexuales normales, consecuencia de los temperamentos y de las funciones, subsistirán a