anti-natural y anti-lógica, en la escuela-hogar, al aire libre, cerca del mar, en la montaña o en el llano, donde el niño estará rodeado por aquéllos que para él vivan y no, como hoy, por aquéllos que por él viven, convirtiendo en profesión lo que es un sacerdocio; donde la educación y la instrucción moral serán base y finalidad de toda enseñanza. Pero eso pertenece a un lejano porvenir, época en que el hombre habrá sentido en dolor y recién aspirado en ideal, que su vida, en él mismo y en sus descendientes y el mejoramiento de esa vida, en el presente y en lo futuro —superándose a sí mismo al crear—, deben constituir su único y poderoso núcleo educativo.
Hoy por hoy, contentémonos con lo factible aisladamente sin perder de vista el plan de conjunto a que arribaremos en lo futuro.
Nuestra ley de educación es, aparentemente, favorable a esta reforma. Pero como el árbol se conoce en sus frutos, basta visitar las escuelas nuestras, prácticamente unisexuales, para deducir que esa ley peca por su base.
Un agregado la modificará radicalmente: El disponer que en toda escuela se inscriban mitad por mitad varones y niñas, comenzando, el primer año con el primer grado y, sucesivamente, año tras año, extendiéndose, hasta abarcar toda la enseñanza primaria.
Contraria a toda verdadera humana cultura es la fundación de institutos de enseñanza secundaria exclusivamente para mujeres. Si el número de