mal inconsciente, extraviado, del fanatismo que se difunde con tanta mayor facilidad cuanto más incultas son las masas a que se dirige y cuanto mayor es la buena fe, cuanto mayor es la exaltación y firmeza de creencias del que lo propala.
Y está probado que, entre las emociones morbosas, ninguna encierra una tendencia más marcada a propagarse rápidamente bajo la forma epidémica de la pseudo-religiosidad.
Cuanto más nos elevemos sobre las religiones sistematizadas, tanto mejor las comprenderemos y tanto más admiraremos lo humanamente grande que ellas encierran, aun cuando ese ideal se haya extraviado en la actualidad.
Quizás un medio de comprender y de amar mejor esas religiones estriba en salir fuera de ellas.
Indicaremos sumariamente las principales alucinaciones y concepciones delirantes de toda religiosidad mórbida.
En su origen, la concepción de un dios es obra a la que la naturaleza humana se entrega por entera. En la concreción psicológica de la idea del dios, un estado individual cualquiera, para llegar a un efecto determinado, es personificado, revistiendo el carácter de causa. Los estados de potencia creatriz inspiran al hombre el sentimiento de que él es independiente de la causa, es irresponsable. — Llegan a nosotros sin ser deseados, — y esa conciencia de un cambio originado en nosotros sin que lo hayamos provocado, parece exigir una voluntad externa al yo.