energía, cuya síntesis más elevada es la que mueve al hombre.
El genio es genio, nos decía, porque descendió, buceando en su propio ser, hasta dar con la veta humana común a todo lo creado y, al reflejar lo íntimo de él mismo en la obra maestra, refleja a todo y a cada uno de nosotros.
Con cuánto cariño recogía hasta el más humilde producto de cada inteligencia... — Si Vd. piensa, siente o quiere así, nos decía, convénzanos... Y se dejaba convencer con humildad de sabio.
En su Escuela no se recitaba ni se repetía: Se comentaba, se criticaba, se descubría. Con profundo respeto a la verdad, aprovechaba toda ocasión de propio error para ponerlo en evidencia y hacernos comprobar cuán poco valor merece una afirmación si no le atribuimos más mérito que el fundado en la autoridad adquirida por quien la sustenta. — La verdad es verdad ante la propia razón, nos decía. No acepten dogmas. Pregúntense, si esa verdad creen, porque la creen. Y criticaba con nosotros los autores predilectos. Hacíanos constatar las fallas, los defectos; hacíanos sentir que los grandes eran humanos, eran débiles, como nosotros, y que, en cambio, nosotros, si a la obra nos poníamos, debíamos llegar, en el campo de la propia actividad, a ser grandes como ellos lo fueron.
Genial maestra, la vida emanaba de su enseñanza. Exigía mucho de cada uno y, cuanto más exigía más acrecía nuestro orgullo de vivir. Sabía-